viernes, agosto 11, 2006

Revolucion silenciosa


El lento y suave despertar no fue provocado por la potente luz que pendía sobre mi cabeza, no fue provocado por el punzante dolor que recorría mi cuerpo, ni por las llagas que cubrían gran parte de mi rostro, no fue provocado por mis genitales desgarrados por las ratas, ni por los quebrados huesos de mis manos, tampoco fueron las risas lejanas de quienes me habían provocado todo eso, ni por el frío que sentía mi cuerpo desnudo y mojado que colgaba de una viga sostenido por una cuerda que se enredaba en mis sangrantes muñecas. Ese lento y suave despertar fue provocado por el amor, por el recuerdo dulce y gentil de las caricias recibidas, por el recuerdo de esas tardes de pasión, por el recuerdo de quien me había permitido ser lo que nunca pensé en llegar a ser, y sentir como nunca me había permitido hacerlo, por quien finalmente, además, era causante de mi estadía en este espantoso lugar, en este sitio de dolor, mucho dolor, y muerte suplicada. Sin embargo, esa sensación de calma y paz fue inmediatamente acallada por el intenso dolor de mi cuerpo destruido, por la maldad con que había sido tratado, por el lento gotear de mi sangre contra el piso, mas bien sobre la enorme poza sanguinolenta que servía casi como pedestal de un tributo a la más fría maldad. Mi cuerpo magullado por desconocer lo que se suponía sabía, era una amasijo de punzares, dolores y estremecimientos.

Siempre me decía que todo era tan mágico. Era verano en el parque forestal, recién habían comenzado las vacaciones escolares y ya llenaban el parque con pichangas, siempre custodiados por la mirada amenazante de la policía. No eran años fáciles, la represión de la primera mitad de los años 80 era brutal. Fue en ese escenario siniestro en que la conocí. Delgada, con esos lentes tipo Lennon, con un libro y con ese aire lana tan peligroso en esa época, pero tan aguerrido a la vez, como provocando a la maldad. Yo simplemente caminaba observando a la gente (siempre me ha gustado observar a la gente y tratar de adivinar sus pensamientos o el contexto en que están cuando veo mover sus labios y gesticular mientras conversan), cuando sentí su mirada sobre mí. Al comienzo sólo me incomodó un poco, pero luego su mirada pendular entre yo y el libro empezó a provocarme curiosidad. Tal vez esperaba a alguien y me confundía, tal vez sólo le llamaba la atención mi ropa tenue y aburrida o tal vez mi imagen correspondía a algún personaje del libro que leía. Sin embargo lo que estaba claro era que nuestras miradas se habían descubierto, y en algún instante, infinitamente sutil, supimos que nuestras miradas se acoplaron, sintonizaron, y provocaron que un pequeño temblor nos recorriera por completo.
El dolor era profundo, las sesiones de tortura habían comenzado hacia mucho.

Mi noción del tiempo era de muchos días. El día de mi despido y en que entraron a mi casa, de noche, ni siquiera entendí mucho que pasaba, es más, pensé que era un incendio y que bomberos me rescataba (creo que eso lo soné estando acá, los sueños son lo único que me permiten intentar sobrevivir). Nunca vi tanta brutalidad, excepto en lo filmes sobre la segunda guerra y los campos de concentración. Cuando llegamos me arrojaron sobre el piso mojado de orines del patio interior de una casa enorme, casi un castillo. Fue sólo entonces en que atando cabos y recordando lo leído en algunas revistas de oposición, que empecé a percatarme de lo que pasaba. Nunca noté el seguimiento, nunca noté que nos fotografiaran, nunca supe que sabían todo sobre mí y mi amor clandestino.

No recuerdo quien se acercó primero, cuales fueron las primeras palabras , sólo recuerdo cuando, desde sus labios, su nombre avanzó hasta mi alma, hasta mi corazon, y se convirtió en mi respiración hasta hoy, recuerdo cuando supe que su nombre era Sol María. Su padre, un astrónomo aficionado, siempre quiso que su primera hija se llamara, Sol, Luna o Estrella, y su madre una devota mariana, nunca pensó en otro nombre que no fuera el de la madre de su salvador. Sol Maria se habia criado en una numerosa familia de provincia. Era la menor de 7 hermanos. Su padre orgulloso, siempre comentaba que 7 era el número de la buena suerte, y sus siete hijos eran sinonimo de lo bienaventurado que habia sido durante su vida. Socialista desde sus comienzos sindicales en la vieja fabrica del pueblo, habia visto con orgullo la ascension al poder de Salvador Allende, el compañero presidente como gustaba llamarlo, y habia hecho de toda su familia, fuertes militantes de izquierda, comunistas, MAPU, socialistas y miristas. los almuerzos familiares siempre terminaban en un intercambio eterno de visiones de pais, de gobierno de participacion y de vida. Nunca hubo mas que confrontaciones de palabra, o obstante lo que nunca fue contavenido, fue la figura de Allende y sus esfuerzos por dignificar a la patria y a los trabajadores.

No entendia las preguntas. Si los insultos y los golpes.
- Habla maraca de mierda. Donde esta la otra hueona!. - Asi que tortillera la culiah!...yo te voy a enseñar a que te guste el pico, comunista conchetumadre!.
- No se. No se..no... - la sangre coagulada apelotonada en mi boca, me dificultaba hablar, y la mandibula fracturada hacia muy dificil el escupir esa masa salobre que iba creciendo lentamente en mi boca.- nos.... edonde está...hace dias tiempo que no la veo....nos e ..dond e esta...

Los dialogos durante esas sesiones no variaron, las formas de golpear si.

Durante las tardes que siguieron los encuentros fueron cada vez mas intensos, me conto acerca de su vida en Santiago, del poco tiempo que llevaba acá, de que andaba de paso, por negocios, que me encontraba muy linda, que sabia que todo era confuso, pero que dada la etapa en qu e estaba en su vida, lo único que sentía verdadero, era lo que sentía y me decía. Fue así como una tarde, en la pieza de la residencial donde se quedaba, despues de reirnos mucho alrededor de una botella de vino, me besó, la bese, nos besamos. Nos tocamos, a pesar de mis prejuicios. A pesar de mi monotona vida y de mi soledad. A pesar del ruido que afuera se sentía, a pesar de que el odio y la violencia dominaban cada calle y edificio cercano, a pesar de que nuevamente en cadena nacional el monstruo señalaba estado de excepción, a pesar de todo, nos amamos. A ese momento de pasion y lujuria, de amor clandestino, de infinita ternura, le siguieron muchos otros, sin duda, estabamos cada vez más enamoradas, hasta el día en que luego de recibir una llamada telefónica, y mirarme con infinita compasión, se despidió y se marchó.

No sólo las violaciones reiteradas, a pesar del desgarro que presentaban mis genitales, les eran placenteras. Los golpes de corrientes en mis pezones, mi cuerpo estremeciéndose en la parrilla, mis gritos ahogados bajo el agua y mi súplica por la muerte eran, sin duda, lo mas placentero. Es más, creo que si hubiera tenido la información que querían y se las hubiera dado, aún así, habrían seguido con la tortura. La tortura no era un medio para obtener información, simplemente era su forma de pasar el día. Su forma de decir que habían ganado.

Fue difícil estar sin ella, si claro que lo fué. Lo único que me quedaba al terminar ese verano era la rara sensación de haber vivido un sueño. Volví a mis labores de bibliotecaria en la escuela pública. Volví a mi rutinaria vida . No habia vuelto a saber de ella hasta ese día en que todo cambio, aquel día en que estando en mi puesto de trabajo recibí una llamada telefonica. Al comienzo no logré distinguir la voz, pero luego de poner atención, luego de escuchar esa gutural voz que de todas formas me acunaba, luego de comprender que era ella diciendome que la perdonára por no contarme toda la verdad y luego de que me colgara, comprendi que la amaba, que la amaba con toda mi alma, que mi alma le pertenecia y que por ella entregaría mi vida. Entonces, apareció ese niño, el desordenado de la escuela, el insolente, el mismo que me trataba de solterona y fea, preguntando por el libro rojo. Fue entonces que comprendí, las noches en vela, la soledad , la desaparición abrupta. Luego apareció el director de la escuela, tomó el libro y me invitó a su oficina, me despidio.