lunes, julio 10, 2006

El abrigo


Era un día frió. Por eso es que Honorato González se había vuelto a poner el viejo abrigo heredado de su abuelo. No había sido fácil quedarse con él, dada la oposición de los hijos de sus abuelos a entregárselo, ya que consideraban que era mejor que las polillas se encargaran de dicha pieza de lana en el viejo baúl familiar o que los gusanos lo convirtieran en fertilizante de la tumba, también familiar.

Finalmente, habían decidido que el viejo abuelo debía ser sepultado con su grueso abrigo, ya que la enfermedad que lo debilitó durante los últimos tres meses, lo había dejado en los huesos, por lo que la talla del cajón estaba unos 4 números más grande. Entre la pena y la rabia, Honorato había encontrado las fuerzas para, una vez a solas con el abuelo, abrir el ataúd y desnudar al que había sido durante toda su vida la imagen de autoritarismo más fuerte que conociera. No dejaba de ser paradójico que quien controlara de manera dura a su entorno no opusiera la más mínima resistencia al ser despojado de la prenda que más lo había caracterizado durante su vida.

Honorato había hecho su aparición en la casa del abuelo el 25 de diciembre del año 1973, nadie sabia de donde había salido, era sólo un bebé de unos cuantos días y el abuelo, que era quien lo había traído oculto bajo su abrigo, simplemente lo presentó como el hijo de uno de sus hijos, y por tanto, su nieto. Nadie sabía de quien podía ser hijo. Estaban los siete hermanos presentes el día de la llegada, pero nadie pareció darse por aludido, nadie movió una ceja, ninguna risita cómplice, nada. Todos, en el mas absoluto silencio, miraron a su sobrino y supieron que debían cuidarlo como a su hermano menor.

Lo más dificultoso fue lograr que los brazos ya tiesos por el rigor mortis cedieran para poder quitar las mangas. Por lo demás, el cuerpo entero estaba envuelto por la prenda así que fue necesario levantar completamente el cadáver para lograr quitárselo. Intentó sentarlo pero era tal la dureza de los músculos que mas parecía que lo iba a quebrar, con el bullicio que eso generaría. Mientras Honorato rodeaba con sus brazos ese cuerpo duro y seco, las lágrimas brotaban con furia y sin control, sentir tan fría como siempre la cercanía de ese hombre que nunca había sido extremadamente cariñoso, pero que él había llegado a sentir tan dulce como un cachorro, cuando le enseño a andar en bicicleta, sin paciencia y con muchos puteos por las numerosas caídas, cuando aprendió a colocar los tirantes de los volantines que hacían con las cañas del viejo canal de regadío cercano, o que entre él y su único amigo compraban donde Naftali, el artesano italiano de volantines del barrio, o cuando le construía pistolas de madera para jugar a los pistoleros, no dejaba de enternecerle.

El comemoco fue su gran aliado en la familia. Sus tíos eran bastante mayores, pero su tío menor, Anacleto González, a quién sus hermanos mayores decían el comemoco, por su afición a los mocos en los húmedos inviernos del pueblo, era su cómplice. En el grupo de amigos del barrio había varias menciones a los mocos en los sobrenombres, estaba mocoyoyo, por su afición a tirarlos mientras iban cayendo por la comisura, estaba comemoco, mocoseco y simplemente moco, quién, no importando la estación del año, siempre tenia una importante provisión del material. Con apenas un par de años de diferencia Honorato y Anacleto hacían la pareja perfecta para jugar a starsky y hush, a los pistoleros, para andar en la mini, para robarle cigarros a doña Julia del kiosco, y para hacer frente a los mayores que siempre se reían de ellos burlándose cruelmente de sus inventos y de la incontinencia urinaria de Honorato, problema que sólo superó durante su adolescencia, pero que se vió reemplazado por el fuerte olor de sus pies.

El cuerpo se encontraba completamente fuera del ataúd. Tirado sobre el suelo, Honorato, a tirones, logró sacar el cuerpo del abrigo que tanto quería, sintió nuevamente su aroma a Old Space y jabón leSancy, los únicos perfumes que su abuelo conoció y que utilizaba profusamente mientras se afeitaba en la galería, frente al pequeño espejo de mano, y con la radio Chilena sintonizada en el receptor plateado que el conocía desde que tenía memoria. El abrigo era tal y como lo recordaba, pesado, húmedo, con olor a viejo, acogedor, con un calor que rescata del frió y no que no sólo abriga. Una vez puesto el abrigo, volvió a tomar al abuelo, lo cobijo bajo sus brazos, se envolvieron juntos en el abrigo, tal y como el abuelo lo habia hecho con él cuando lo llevó a vivir con ellos, y lo dejó delicadamente dentro del ataúd . El cuerpo había alcanzado nuevamente la rigidez, aunque ahora con una postura extraña. Una de las piernas estaba levemente flectada, mientras el brazo contrario, estaba un poco hacia atrás producto del tirón para sacar la primera manga. Visto de lado parecía que estuviera caminando. Esta vez, y como muy pocas, caminaba sin su abrigo.

Fue comemoco, con la tranquilidad y parsimonia que lo caracterizaba, quien le contó esa fría tarde de primavera de 1988, ese 5 de octubre en que todo parecía tranquilo y sin novedad. Honorato estaba en su pieza (que también era la pieza de Anacleto) haciendo lo que le gustaba hacer. Anacleto y el Abuelo andaban en el liceo del pueblo, distante a unas 5 cuadras de la casa, ejerciendo el voto por primera vez en muchos años. Mientras, el resto de la familia, exceptuando a Honorato, Anacleto y el abuelo, seguían atentos las informaciones de radio Cooperativa, que informaba acerca del resultado del plesbiscito. Anacleto entró silenciosamente a la pieza. Honorato sorprendido, lo miró. Anacleto se acercó sin observarlo, lo miró, lo abrazó y entre suaves sollozos le contó que el abuelo estaba en el hospital, que los militares lo trasladaron desde el liceo, que el calor, que la larga espera, que el cansancio, que el corazón... que había muerto.
Luego de acomodar el cuerpo y ajustarlo con algunas almohadas para que quedara tan firme al cajón como estaba antes de sacarlo, Honorato volvió a cerrarlo. Se acercó al vidrio, miró por última vez el viejo rostro de su abuelo. Metió las manos en los bolsillos, sacó un paquete de cigarrillos, encendió uno, subió el cuello del abrigo que por segunda vez se ponía, y abrió la puerta.... era un día frío.

4 Comments:

Blogger Marcelo said...

what part did you like it?

2:51 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Es un buen cuento...Muy creativo...
Es interesante eso de narrar toda una historia en el breve lapso de colocarse un abrigo.

Christian W.

PD: la fotografía esta genial y no te olvides de participar en el concurso...

8:46 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Interesting site. Useful information. Bookmarked.
»

6:26 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Marcelo, sólo quiero darte mi apreciación sobre: Revolución Silenciosa.Tú, en todo caso, tienes el derecho de conservar Tu Creación como tal!

• Introduccion del relato: Buena motivación y bien lograda.Dan ganas de continuar leyendo.
• Expresión de sentimientos: Variada y golpeante. Hay mucha transmisión de estados de dolor, angustia, amor, recuerdos de Vida que valen la pena vivirla.Un Romanticismo muy rico expresarlo en el afecto de la protagonista por su amada.Aquí, te digo que fue la gran sorpresa del relato y me encantó.Tomaste con responsabilidad y enorme respeto el sentir del Ser Humano en su verdadera realidad.
• Descripción de ambientes: lograda en su primera parte, quizás para retomar y fortalecer más en cuanto a la parte final de la historia.

En la primera parte hasta los comentarios del “Cabrón representante del Fascismo”, te diste el Tiempo de exponer hechos, ambientes y sentimientos con tranquilidad y luego, me dió la impresión de que , inconcientemente la prisa te traicionó y te dió por terminarla pronto.
En resumen, un relato viviente y vivo que te mueve sentimientos y te lleva a la reflexión: Política, individual, social y tremendamente humana.
Como te sugiere Mario Contreras, trabájala!
Eres mordaz y terriblemente sensible y tierno en tu relato!
Golpeas y eso es Buenísimo!
Bravo, chico!
Sigue GOLPEANDO, DANDO PATADAS, MORDIENDO, PERO SIEMPRE RESCATA LO MÁS VALEDERO EN ESTE MUNDO QUE ES: EL SER HUMANO Y SU SENTIDO DEL AMOR.
Maggi del Rio

10:22 a. m.  

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