viernes, agosto 11, 2006

Revolucion silenciosa


El lento y suave despertar no fue provocado por la potente luz que pendía sobre mi cabeza, no fue provocado por el punzante dolor que recorría mi cuerpo, ni por las llagas que cubrían gran parte de mi rostro, no fue provocado por mis genitales desgarrados por las ratas, ni por los quebrados huesos de mis manos, tampoco fueron las risas lejanas de quienes me habían provocado todo eso, ni por el frío que sentía mi cuerpo desnudo y mojado que colgaba de una viga sostenido por una cuerda que se enredaba en mis sangrantes muñecas. Ese lento y suave despertar fue provocado por el amor, por el recuerdo dulce y gentil de las caricias recibidas, por el recuerdo de esas tardes de pasión, por el recuerdo de quien me había permitido ser lo que nunca pensé en llegar a ser, y sentir como nunca me había permitido hacerlo, por quien finalmente, además, era causante de mi estadía en este espantoso lugar, en este sitio de dolor, mucho dolor, y muerte suplicada. Sin embargo, esa sensación de calma y paz fue inmediatamente acallada por el intenso dolor de mi cuerpo destruido, por la maldad con que había sido tratado, por el lento gotear de mi sangre contra el piso, mas bien sobre la enorme poza sanguinolenta que servía casi como pedestal de un tributo a la más fría maldad. Mi cuerpo magullado por desconocer lo que se suponía sabía, era una amasijo de punzares, dolores y estremecimientos.

Siempre me decía que todo era tan mágico. Era verano en el parque forestal, recién habían comenzado las vacaciones escolares y ya llenaban el parque con pichangas, siempre custodiados por la mirada amenazante de la policía. No eran años fáciles, la represión de la primera mitad de los años 80 era brutal. Fue en ese escenario siniestro en que la conocí. Delgada, con esos lentes tipo Lennon, con un libro y con ese aire lana tan peligroso en esa época, pero tan aguerrido a la vez, como provocando a la maldad. Yo simplemente caminaba observando a la gente (siempre me ha gustado observar a la gente y tratar de adivinar sus pensamientos o el contexto en que están cuando veo mover sus labios y gesticular mientras conversan), cuando sentí su mirada sobre mí. Al comienzo sólo me incomodó un poco, pero luego su mirada pendular entre yo y el libro empezó a provocarme curiosidad. Tal vez esperaba a alguien y me confundía, tal vez sólo le llamaba la atención mi ropa tenue y aburrida o tal vez mi imagen correspondía a algún personaje del libro que leía. Sin embargo lo que estaba claro era que nuestras miradas se habían descubierto, y en algún instante, infinitamente sutil, supimos que nuestras miradas se acoplaron, sintonizaron, y provocaron que un pequeño temblor nos recorriera por completo.
El dolor era profundo, las sesiones de tortura habían comenzado hacia mucho.

Mi noción del tiempo era de muchos días. El día de mi despido y en que entraron a mi casa, de noche, ni siquiera entendí mucho que pasaba, es más, pensé que era un incendio y que bomberos me rescataba (creo que eso lo soné estando acá, los sueños son lo único que me permiten intentar sobrevivir). Nunca vi tanta brutalidad, excepto en lo filmes sobre la segunda guerra y los campos de concentración. Cuando llegamos me arrojaron sobre el piso mojado de orines del patio interior de una casa enorme, casi un castillo. Fue sólo entonces en que atando cabos y recordando lo leído en algunas revistas de oposición, que empecé a percatarme de lo que pasaba. Nunca noté el seguimiento, nunca noté que nos fotografiaran, nunca supe que sabían todo sobre mí y mi amor clandestino.

No recuerdo quien se acercó primero, cuales fueron las primeras palabras , sólo recuerdo cuando, desde sus labios, su nombre avanzó hasta mi alma, hasta mi corazon, y se convirtió en mi respiración hasta hoy, recuerdo cuando supe que su nombre era Sol María. Su padre, un astrónomo aficionado, siempre quiso que su primera hija se llamara, Sol, Luna o Estrella, y su madre una devota mariana, nunca pensó en otro nombre que no fuera el de la madre de su salvador. Sol Maria se habia criado en una numerosa familia de provincia. Era la menor de 7 hermanos. Su padre orgulloso, siempre comentaba que 7 era el número de la buena suerte, y sus siete hijos eran sinonimo de lo bienaventurado que habia sido durante su vida. Socialista desde sus comienzos sindicales en la vieja fabrica del pueblo, habia visto con orgullo la ascension al poder de Salvador Allende, el compañero presidente como gustaba llamarlo, y habia hecho de toda su familia, fuertes militantes de izquierda, comunistas, MAPU, socialistas y miristas. los almuerzos familiares siempre terminaban en un intercambio eterno de visiones de pais, de gobierno de participacion y de vida. Nunca hubo mas que confrontaciones de palabra, o obstante lo que nunca fue contavenido, fue la figura de Allende y sus esfuerzos por dignificar a la patria y a los trabajadores.

No entendia las preguntas. Si los insultos y los golpes.
- Habla maraca de mierda. Donde esta la otra hueona!. - Asi que tortillera la culiah!...yo te voy a enseñar a que te guste el pico, comunista conchetumadre!.
- No se. No se..no... - la sangre coagulada apelotonada en mi boca, me dificultaba hablar, y la mandibula fracturada hacia muy dificil el escupir esa masa salobre que iba creciendo lentamente en mi boca.- nos.... edonde está...hace dias tiempo que no la veo....nos e ..dond e esta...

Los dialogos durante esas sesiones no variaron, las formas de golpear si.

Durante las tardes que siguieron los encuentros fueron cada vez mas intensos, me conto acerca de su vida en Santiago, del poco tiempo que llevaba acá, de que andaba de paso, por negocios, que me encontraba muy linda, que sabia que todo era confuso, pero que dada la etapa en qu e estaba en su vida, lo único que sentía verdadero, era lo que sentía y me decía. Fue así como una tarde, en la pieza de la residencial donde se quedaba, despues de reirnos mucho alrededor de una botella de vino, me besó, la bese, nos besamos. Nos tocamos, a pesar de mis prejuicios. A pesar de mi monotona vida y de mi soledad. A pesar del ruido que afuera se sentía, a pesar de que el odio y la violencia dominaban cada calle y edificio cercano, a pesar de que nuevamente en cadena nacional el monstruo señalaba estado de excepción, a pesar de todo, nos amamos. A ese momento de pasion y lujuria, de amor clandestino, de infinita ternura, le siguieron muchos otros, sin duda, estabamos cada vez más enamoradas, hasta el día en que luego de recibir una llamada telefónica, y mirarme con infinita compasión, se despidió y se marchó.

No sólo las violaciones reiteradas, a pesar del desgarro que presentaban mis genitales, les eran placenteras. Los golpes de corrientes en mis pezones, mi cuerpo estremeciéndose en la parrilla, mis gritos ahogados bajo el agua y mi súplica por la muerte eran, sin duda, lo mas placentero. Es más, creo que si hubiera tenido la información que querían y se las hubiera dado, aún así, habrían seguido con la tortura. La tortura no era un medio para obtener información, simplemente era su forma de pasar el día. Su forma de decir que habían ganado.

Fue difícil estar sin ella, si claro que lo fué. Lo único que me quedaba al terminar ese verano era la rara sensación de haber vivido un sueño. Volví a mis labores de bibliotecaria en la escuela pública. Volví a mi rutinaria vida . No habia vuelto a saber de ella hasta ese día en que todo cambio, aquel día en que estando en mi puesto de trabajo recibí una llamada telefonica. Al comienzo no logré distinguir la voz, pero luego de poner atención, luego de escuchar esa gutural voz que de todas formas me acunaba, luego de comprender que era ella diciendome que la perdonára por no contarme toda la verdad y luego de que me colgara, comprendi que la amaba, que la amaba con toda mi alma, que mi alma le pertenecia y que por ella entregaría mi vida. Entonces, apareció ese niño, el desordenado de la escuela, el insolente, el mismo que me trataba de solterona y fea, preguntando por el libro rojo. Fue entonces que comprendí, las noches en vela, la soledad , la desaparición abrupta. Luego apareció el director de la escuela, tomó el libro y me invitó a su oficina, me despidio.

jueves, julio 27, 2006

La puerta


Hacía ya mucho rato que el calor de la brasa del cigarrillo se acercaba sus dedos. Su mano, y su cuerpo entero, habían permanecido inmóviles durante el tiempo que le tomó al cigarrillo consumirse casi por completo. Sentado, mirando fijamente hacia un punto lejano, siempre terminaba estrellándose contra la puerta cerrada de su habitación. Todo lo que había hecho desde que llegó fue desnudarse, intentar ponerse el pantalón de buzo, con el generalmente hacia el aseo de la pieza en la pensión donde estaba, encender un cigarrillo y sentarse arrinconado en la cama.

El sinuoso humo del cigarrillo ascendía como aquella fría mañana de marzo en que llegó al terminal San Borja, desde el norte, a buscar pensión para vivir durante el semestre en que entró a la Universidad. Bajó del bus y contempló el enorme andén que, casi sin público, adquiría ante sus ojjos provincianos unas dimensiones monstruosas. Metió la mano al pantalón, sacó un cigarrillo de la misma marca de siempre, lo encendió y sintió el calor recorriendo su pecho y pulmones.

La habitación era pequeña, de unos 4 a 5 metros cuadrados. Sólo había espacio para su cama, en la que cada vez le costaba más conciliar el sueño, un pequeño escritorio donde estudiaba y tenia su computador y la silla en la que frecuentemente se sentaba a comer, a leer, a estudiar y a fumar. La habitación contaba, además, con una pequeña ventana, a la que sólo podía acceder sobre la silla dada la altura a la que se encontraba, que daba al parque que rodeaba las antiguas construcciones que, habitadas principalmente por ancianos, habían sido remodeladas como pensiones baratas para estudiantes.

El silencio se había impregnado en la habitación, la suave oscuridad lo cobijaba con su manto tierno. Sobre el escritorio se encontraban las fotocopias de libros de cálculo y algebra que asomaban iluminados suavemente por la luz que llegaba a través de las pequeñas rendijas de la puerta que había cerrado frenéticamente cuando llegó, luz que también silueteaba el viejo computador que había comprado hacia un par de semanas en la feria del BioBio y que había permanecido encendido desde que lo había traído, y que ahora, con su pantalla apagaba, aún mostraba las frases cariñosas y cómplices de toda una semana de chateo. No se había dado el tiempo de apagarlo antes de salir al encuentro. Toda una semana de seducción electrónica, de sexo explicito y escrito, toda una semana eterna, toda una semana de ansiedad contenida. Afuera, el silencio imperturbable de la noche no era roto ni siquiera por el ladrido lejano de algún perro, o las aceleradas y frenazos de algún vehículo que se aventuraba a la calle. Lo único que quebraba la quietud en la que estaba sumido, eran la sombras que constantemente cortaban el as de luz que demarcaba el borde de la puerta. Sabía que estaban ahí, que lo buscaban, que sabían quien era y lo que había hecho.
Al salir, sentía el frío viento de la tarde otoñal golpear su rostro, acariciándolo y haciéndole doler. Nunca le había gustado el frió, menos el viento frió. Obsesivamente, cubría su cuerpo con camisetas de algodón, cortavientos y chalecos, pantalones de cotelé, gruesos bototos y calcetines de lana. Odiaba el frió, le recordaba la largas tardes en la biblioteca, cuando su ropa mojada por la lluvia le hacia entumecer. Esa largas tardes en que miraba con desconfianza la hospitalidad de algunos, y las risas largas y contenidas de los grupos de muchachos que estudiaban apiñadamente sobre el único libro disponible.

En camino, no notó la falta de vehículos ni la extraña ausencia de personas. En realidad nunca ponía atención a su entorno. Innumerables veces llegó a destino sin saber cual había sido el camino recorrido, simplemente no le interesaba. Fue así como no noto las sobras a sus espaldas, ni la ágil carrera hacía el, ya que ensimismado en su reproductor MP3 lo único que escuchaba era la versión de Metallica de Turn the Page. Le sabía bien el tema, le parecía que precisamente daría vuelta la pagina de su soledad manifiesta y dolorosa, cuyo cúlmine hacia sido la ausencia total de llamadas ese día, el día de su cumpleaños número 21. La música sonaba fuerte en su cabeza, la voz grave y los suaves sonidos del slade blusero lo conmovían, esperando con la respiración agitada la entrada de toda la banda en la canción, el fuerte puntazo en su nalga izquierda, que lo hizo caer hacia atrás y de rodillas, coincidió con esto, sintió el fuerte tirón y la música alejándose a la velocidad de una carrera.

Las sombras tras la puerta se notaban cada vez mas inquietas, como si ansiosas no entendieran porque se tardaba tanto en salir. Las había notado mientras caminaba dificultosamente de vuelta a su habitación. El dolor se había extendido a toda la pierna, y subir las escaleras se le hacia dificultoso. Apoyado en la baranda subió cada escalón uno por uno, descansando en cada uno de ellos. No miró hacia atrás, pero sentía que venían detrás de él. Cuando vió la puerta de su habitación saco la antigua llave con forma de L, la introdujo, empujo la puerta, que como nunca se le había hecho tan pesada, cerrandola tras de sí con fuerza y con un estruendo que hizo remecer por completo la vieja casa.

Mirando fijamente hacia un punto lejano, que siempre terminaba estrellándose contra la puerta cerrada de su habitación, se puso de pie y camino hacía ella. Sin dificultad recorrió la escasa distancia que existía. La sombras dejaron de moverse, a la espera, se apoyo sobre la manilla, la giro suavemente y la fuerte luz exterior inundó la habitación. Su mano, y su cuerpo entero, habían permanecido inmóviles durante el tiempo que le tomó al cigarrillo consumirse por completo, mientas sentado, mirando fijamente hacia un punto lejano, su mirada se estrellaba contra la puerta cerrada de su habitación.

lunes, julio 24, 2006

Horario de Colacion


La contraluz reinante sólo permitía distinguir las siluetas. Sintieron las miradas entrecruzándose con complicidad. A contraluz se acercaron, olieron el perfume de cada uno de sus cuerpos, sintieron el estremecimiento de los labios acogedores. Recorrieron sus cuerpos, se saborearon como nunca se habían permitido hacerlo, sintieron cada curva del cuerpo ajeno, se semi desnudaron y se disfrutaron. Nunca supieron si hubo gente espiando su amor, su pasión. Sintieron la mirada tierna detras de los ojos no vistos, se acomodaron la ropa, se besaron de despedida, con la certeza de que nunca mas se encontrarían, y salieron del cine con rumbos distintos.

(Participó en Santiago en 100 Palabras 2006, pero no ganó nada)

Foto:http://www.flickr.com/photos/silencio/187478226/

miércoles, julio 19, 2006

Dio en el Victor Jara


Hace 12 horas que empezó el concierto de Dio en Chile. Una vez más estábamos con el Tevo, frente a un escenario en el Víctor Jara. A las 19:30 nos juntamos en mi casa, un poco de comida china, unas cuantas cuadras de caminata, un ingreso fácil (no como los de antes, cuando llegábamos dos horas antes que abrieran las puertas y que eran como 4 horas antes del concierto, solo por el gusto de empezar a calentar motores), y a la cancha.

Podría caer en todos los lugares comunes posibles, dichos en casi todos los reportajes que puedan aparecer, podría decir que Dio es uno de los grandes vocalistas hard rock, podría decir que con él han estado en los Chile las mas grandes voces como Dickinson, Halford, Coverdale, Ozzy, Patton, Dio, etc. , podría decir que no es sorpresa que la banda no tenga ningún paquete y que tipos como Dio siempre aseguran un show impecable en sonido y ejecución, podría decir que sólo clásicos se hicieron presentes, sin embargo, lo único que puedo decir, y creo también que los 3 mil que estaban en el Víctor Jara ayer, es que simplemente fue un privilegio haber sido parte de este concierto.

Ya con un poco de atraso, y en ese recinto que siempre logra darle un toque de intimidad a los conciertos, ingresando por un costado, corriendo y saludando, el mítico Dio subió al escenario bajo la ovación de un publico incondicional, de un publico pendejo, treintañero, cuarentón y cincuentón.

Hace ya 20 años desde la primera vez que fui aun concierto, el extraño concierto de Pomaire, pero la sensación es la misma. Siempre ese erizamiento en la piel cuado la luz se apaga y las siluetas se recortan contra el telón de fondo, como cuando la música del bueno el malo y el feo hizo saltar a un estadio completo ansioso de ver a Metallica, o como cuando Tom araya miró complacido al público de la estación Mapocho, en ese Monster of Rock impresionante (Slayer, Kiss y Black Sabbath), como cuando Ozzy y su let the madness begin casi echo abajo el Monumental, ese verdadero festival rockero de dos días (Ozzy, Megadeth, Faith no More, therapy?, Alice Cooper, ClawFinger), como cuando Anthrax hizo del mosh una liturgia en el velódromo o pista atlética (Anthrax, Slayer, Helloween) haciendo olvidar el frustrado viaje de Maiden por culpa del arresto de pinochet en Londres, como cuando el viejo Maiden en el monumental o en el merecido velódromo hizo aparecer a Eddie sobre el escenario, o Judas con formacióó completa hace solo unos meses y la Harley (Judas, Whitesnake y rata blanca) o Dream theater con un concierto de ejecución perfecta, y las guitarras empiezan a sonar.

La entrada sólo confirmó lo que se respiraba en el aire, Dio era el sacerdote de la ceremonia. Children of the Sea, Holy Diver y Stand Up and Shout abrieron los juegos. La banda sonaba potente, potencia que siempre atenta contra la acústica del local que, lleno de ecos, no permitía en algunos pasajes, distinguir a cada instrumento. La banda ejecutaba con la perfección de estar tocado temas que seguramente ya están en su ADN (así como estaban en el ADN de publico). El tecladista y el Baterista hacían lo suyo, ambientando y dando solidez rítmica. El guitarrista, si bien tocaba todas las notas que tenia que tocar, no tenia presencia (bien podría haber estado tocando detrás del escenario y nadie lo habría extrañado). Rudy Sarzo en el bajo fue capítulo aparte. Impecable, con la solidez que su trayectoria le da (Ozzy, Whitesnake, Quiet Riot, Ingwie Malmsteen) hizo de la base rítmica una joyita, además que el tipo se veía disfrutar toda la situación, cosa, que desde la cancha, siempre se agradece. Junto a Rudy Sarzo, capítulo aparte también fueron la luces del concierto, como nunca acompañaban cada canción, cada interpretación individual, a las que Dio, como buen maestro de ceremonias y con la generosidad de los años, daba paso durante el concierto. Un sólo de batería que, iluminado de forma magistral con cambio de luces, tonalidades y dirección, tenia una movilidad y sonoridad impresionante. Un solo de guitarra y teclado que tuvieron la atmósfera precisa. Como nunca la luz estuvo donde tenia que estar, focalizando las miradas en quien era el micro protagonista en cada tiempo del show.

Dio, simplemente apoteósico. Cada nota, cada interpretación rayaron en la perfección. Cada gesto acompañando las frases, cada símbolo del diablo puesto en el lugar que correspondía, cada emocionante nota alcanzada. Una voz que con los años gana y gana. Dio fue el protagonista no sólo porque es su banda y sus canciones, fue el protagonista por que de entrada, y tomando la bandera en sus manos, fue empático con el publico, porque nos dejo cantar, porque nos invito a cantar, por que nos hizo bailar, saltar, gritar y disfrutar, porque fue amable y desde el escenario le firmó la bandera a un par de personas del publico, porque podría haberse bajado del escenario y haberlos saludado a todos y cada uno, porque era la voz con la que muchos crecimos, por que cantó de todo, por que sintió cada una de las canciones como también nosotros las sentíamos, por que ha sabido cuidar esa garganta que a tantos conmueve, porque el tipo a los sesenta mantiene la misma actitud que nos hizo tener a muchos a partir de la tierna pubertad, porque a todos los que estaban alli les gustaría a los sesenta, estar chascón, de cuero y mandando a la mierda a un montón de gente... y cantando rock.

Del track list, que obviamente incluyo temas de Rainbow y Black Sabbath, sólo extrañé StarGazer, para mí, una de las canciones mas emotivas que le he escuchado cantar.
Finalmente, We Rock, la locura. La liturgia estaba completa, el publico agradecido e impresionado. El enano maldito había pasado por santiago y nuevamente unos cuantos tuvieron el privilegio de estar en su ceremonia. Y como dijo el maestro LONG LIVE CHILE AND ROCK'N ROLL!!
PD. Pa'los que se perdieron este concierto, les recomiendo Inferno: Last In Live del '98. Notable disco por sonido y tracklist.
So many voices
All giving choices
If we listen they will say
Oh, we can find the way

lunes, julio 17, 2006

El espejo.

Afuera era un día de septiembre, tibio y fragante. La resaca, como odiaba la resaca, siempre había sido devastadora. No recordaba una sola mañana de domingo o sábado de los últimos 6 meses, en que no despertara sintiendo su cuerpo totalmente adolorido, y con la sensación de embriagues rodeándolo todo. Aquella mañana nuevamente el fuerte olor dejado por las colillas de cigarro, las botellas tiradas por el piso, el pequeño espejo sobre la mesa de centro, daban cuenta del jolgorio que nuevamente se extraviaba en sus recuerdos. Esa suerte de humedad y oscuridad impregnada en los muros, debido a la falta de sol matinal, le daba un carácter aún mas pesado al ambiente .

Intento levantarse, pero su cuerpo aún se negaba a responder. Se quedó quieto, pensativo, mirando, sobre la mesa de centro, ese pequeño espejo de marco plástico que le habían comprado , a pesar de las supersticiones, en la feria que se ponía el 1 de noviembre en el acceso al cementerio del pueblo campesino del que venía. El día de todos los santos era la ocasión en que su familia se abastecía de baratijas y ropa a bajo precio, además de disfrutar de anticuchos, papas fritas y churros que por doquier era vociferados , ese era el día en que religiosamente el pueblo entero se reunía alrededor de las tumbas de sus antepasados.

Sólo movía los ojos evitando la luz, y buscaba en el techo alguna pista de lo que había pasado. Se sentó lentamente en el sofá de cuero que había comprado en 36 cuotas. Estaba desnudo, como siempre cuando dormía. Sabia que estaba en el comedor del departamento de dos ambientes que arrendaba en el centro. Miró el pequeño espejo y notó que estaba quebrado desde un vértice. Caminó hacia el baño que estaba junto a la cama en la pieza contigua. El panorama del baño era desolador, había sido vomitado prácticamente por completo, sintió como los dedos de sus pies se sumergían en la helada crema que se había formado con el vomito, los orines y el agua derramada. Mientras orinaba mirando hacia el suelo. ni siquiera sintió asco, y sólo lamentó tener que limpiar mas tarde. Caminó hacia la ventana y la abrió sintiendo como la brisa santiaguina de primavera y el ruido del trafico golpeaban su cuerpo haciéndolo temblar.

Tomo el trapero, lo metió en la ducha y comenzó a limpiar el piso del baño. Luego entró a la ducha. El agua helada siempre lograba activarlo, y quitarle ese maldito dolor de cabeza. Hizo lo de siempre se metió bajo el chorro helado...con los brazos colgando y la cabeza hacia abajo sintiendo como el agua caía por sus manos, y recorría su espalda haciendo que su respiración se encortara, luego se sentó en la tina, y echando su cuerpo hacia atrás dejo que el chorro de agua golpeara directamente en su pecho salpicando su rostro de agua. Nuevamente vino a su mente la sensación de ahogo de la noche anterior, cuando después de conocer a la chica en la discoteque de moda, la había invitado a su departamento a rematar la noche.

Salió de la ducha y sin secarse, se miró al espejo. Le gustaba mirarse desnudo, le gustaba ver como la suave musculatura daba forma a su cuerpo, le gustaba sentirse armónico. Su cuerpo blanco y lampiño siempre le había gustado, nunca había pensado siquiera en corregir algo. Le gustaba ver las gotas de agua decorando cada centímetro de su piel, así como el cabello pegado a su cabeza. Abrió el botiquín tras el espejo, sacó el frasco de pastillas para el dolor de cabeza, pero no lo encontró. Refunfuño pensando donde lo había dejado el fin de semana pasado.

Por primera vez reparó en la chica. El cuerpo de la chica aun estaba sobre la cama, en la misma posición en que lentamente recordaba haberla dejado para ir al comedor, recordaba haberse tomado un trago que le reanimara, y que luego de tomarlo, más bien lo relajó al punto de desistir en volver a la cama , prefiriendo quedarse en el sillón. Era delgada, de cabello liso. Su cuerpo colocado en posición fetal mostraba una delicada cintura, y un culo hermoso y redondo, casi como presentándolo. Pensó en lo linda pareja que hacían, en lo parecido del color de piel de ambos, y en la perfección con que encajaban ambos cuerpos. Observó sus hombros, puntiagudos y suaves que lo invitaban a besarlos. Miro sus manos, la delicadeza de sus piernas, que le recordaban esas novelas eróticas siúticas que leía de pendejo, y que hablaban de dos columnas que cuidaban el templo, miro sus pies y los imagino danzando, cruzados en su espalda, silenciosos. Miro sus manos, su dedos finos, sus uñas cuidadas, sin restos, sin imprecisiones en los cortes, sin cutículas. Enternecido, giro alrededor de la cama y miro su rostro ensangrentado, mas bien su rostro sumergido en una poza sanguinolenta, miro sus ojos desesperados, su mano crispada aferrada al plumón. Miro sus labios, azulados y cubiertos por esa suerte de espuma salivienta.

Miro hacia el comedor, vió el teléfono descolgado, vió el vaso largo de su último trago, vió la guía de teléfonos tiraba bajo la mesa. Recordó el desmayo, la cara contra la mesa de centro, el golpe seco contra el espejo, el billete enrollado, los tropiezos hasta llegar a la cama y el desrecuerdo. Siento nuevamente un escalofrió recorriendo su cuerpo mojado. Camino hacia la ventana y la cerro. Afuera, era un día tibio y fragante.

jueves, julio 13, 2006

La Carta


Nunca había recibido una carta. En toda su vida, nunca una postal, una cuenta, una tarjeta, nunca nada que viniera por el correo.
Aquella mañana en que el cartero apareció golpeando la puerta, era la primera vez que veía a alguien practicando el oficio, que sólo conocía por una película basada en el libro de Skarmeta, que alguna vez habían pasado por la televisión. Siempre pensó que se trataba de un oficio ficticio así como el del poeta que también salía en esa película.
Sin embargo, tampoco lo sorprendió demasiado, simplemente sintió que era el momento de recibir una. Fue parecido a cuando se le cayo el primer premolar, ese que dejaba en su lugar un oscuro agujero que se dejaba notar en el borde de su sonrisa. Sin ninguna sensación o sentimiento propio, el hecho simplemente ocurrió.
El sobre, la envoltura de su carta, su primera carta, era todo lo que hubiese podido imaginar si alguna vez hubiese imaginado un sobre, rectangular, con líneas diagonales dobles y simétricas, con vértices marcados y puntiagudos, precisos, ningún trozo de papel que sobrara, la cantidad exacta, la superficie adecuada para contener, sin maltratar, una carta que, y por primera vez reparó en ello, por primera vez recibía. Fue recorriendo los bordes del sobre con la suavidad con que se recorre el cuerpo de la primera amante, fue conociendo en cada uno de sus rincones. Sintió el filo del canto, la agudeza de las cuatro puntas, el relieve de lo dobleces interiores. Cerro los ojos adivinando que se escondía dentro de él. Sintió la tinta, los suaves surcos trazados sobre el papel, surcos que como un escrito braile le iban revelando cada palabra, cada frase, cada oración, el significado profundo de su mensaje.
Supo quien la había enviado y porque, sintio estremecer su cuerpo al pensar en ese cuerpo.
Sólo había estado enamorado una vez. Nunca fue un seductor o un tipo que interesara al tipo de chicas que a él le hubiera interesado interesarle. Los primeros labios que tocó fueron los de la chica gorda y poco agraciada del barrio jugando a la escondida china, aquella noche de verano en que pudo quedarse en la calle hasta mas tarde gracias al asado familiar que había reunido a parientes y amigos lejanos en su casa. Aquella noche, en que refugiados en los matorrales de la señora Julia, se habían besado sabiéndose dos despreciados, sabiéndose dos disgregados, sabiéndose ajenos a los que sólo ellos llamaban amigos. Sabiendo de antemano, que serían el objeto de burla por mucho tiempo, y sabiendo que después de esa noche, después de ese beso nunca mas se dirigirían la palabra.
Su primer amor fue la chica deseada por todos. Fue ella la que lo sedujo, fue ella la que le descubrió algún extraño encanto superior por mucho al resto, aunque ella no lo supo. Siempre la observaba mientras ella e abrazaba y besaba con el que era su pololo, el 9 de equipo de fútbol del barrio, "Los Indios Bravos Jr.". Lo único que quería era que ella supiera d su existencia, la observaba durante los partidos en el habilidoso 9 se encargaba de convertir y dedicarle los goles a la chica que sin saberlo le estaba siendo codiciada.
Sentía cada beso entregado como un beso en sus propios labios, sentía cada caricia como propia, sentía que cada palabra tierna era recibida por su oído con el lento erizamiento de los vellos del cuerpo, sentía que Sergio Dalma lo había observado y le cantaba cada vez que escuchaba su canción(esa chica es mía) en el walkman, que ,de fondo, iba poniendo el soundtrack de sus pasiones.
Ahora, y a través de las yemas de sus dedos, por fin sabia todo. Sabia que solo había una fingida indiferencia, sabia que siempre supo de su existencia, a través del sobre lacado, supo que cada beso, cada caricia, cada palabra estaba inspirada en él. Supo que todo el tiempo en que observó a través de las ventanas empañadas del automóvil, cada gemido era de y para él, supo que cuando fue descubierto, golpeado y humillado, fue sólo para seguir jugando el juego del misterio y de lo prohibido, supo que los dientes perdidos serian fuertemente recompensados. No necesitaba saber nada más, tomó el sobre, lo acercó al fuego, y observó como lentamente se consumía. Se acerco a la mesa, tomó lápiz y papel, y volvió a escribir.

lunes, julio 10, 2006

El abrigo


Era un día frió. Por eso es que Honorato González se había vuelto a poner el viejo abrigo heredado de su abuelo. No había sido fácil quedarse con él, dada la oposición de los hijos de sus abuelos a entregárselo, ya que consideraban que era mejor que las polillas se encargaran de dicha pieza de lana en el viejo baúl familiar o que los gusanos lo convirtieran en fertilizante de la tumba, también familiar.

Finalmente, habían decidido que el viejo abuelo debía ser sepultado con su grueso abrigo, ya que la enfermedad que lo debilitó durante los últimos tres meses, lo había dejado en los huesos, por lo que la talla del cajón estaba unos 4 números más grande. Entre la pena y la rabia, Honorato había encontrado las fuerzas para, una vez a solas con el abuelo, abrir el ataúd y desnudar al que había sido durante toda su vida la imagen de autoritarismo más fuerte que conociera. No dejaba de ser paradójico que quien controlara de manera dura a su entorno no opusiera la más mínima resistencia al ser despojado de la prenda que más lo había caracterizado durante su vida.

Honorato había hecho su aparición en la casa del abuelo el 25 de diciembre del año 1973, nadie sabia de donde había salido, era sólo un bebé de unos cuantos días y el abuelo, que era quien lo había traído oculto bajo su abrigo, simplemente lo presentó como el hijo de uno de sus hijos, y por tanto, su nieto. Nadie sabía de quien podía ser hijo. Estaban los siete hermanos presentes el día de la llegada, pero nadie pareció darse por aludido, nadie movió una ceja, ninguna risita cómplice, nada. Todos, en el mas absoluto silencio, miraron a su sobrino y supieron que debían cuidarlo como a su hermano menor.

Lo más dificultoso fue lograr que los brazos ya tiesos por el rigor mortis cedieran para poder quitar las mangas. Por lo demás, el cuerpo entero estaba envuelto por la prenda así que fue necesario levantar completamente el cadáver para lograr quitárselo. Intentó sentarlo pero era tal la dureza de los músculos que mas parecía que lo iba a quebrar, con el bullicio que eso generaría. Mientras Honorato rodeaba con sus brazos ese cuerpo duro y seco, las lágrimas brotaban con furia y sin control, sentir tan fría como siempre la cercanía de ese hombre que nunca había sido extremadamente cariñoso, pero que él había llegado a sentir tan dulce como un cachorro, cuando le enseño a andar en bicicleta, sin paciencia y con muchos puteos por las numerosas caídas, cuando aprendió a colocar los tirantes de los volantines que hacían con las cañas del viejo canal de regadío cercano, o que entre él y su único amigo compraban donde Naftali, el artesano italiano de volantines del barrio, o cuando le construía pistolas de madera para jugar a los pistoleros, no dejaba de enternecerle.

El comemoco fue su gran aliado en la familia. Sus tíos eran bastante mayores, pero su tío menor, Anacleto González, a quién sus hermanos mayores decían el comemoco, por su afición a los mocos en los húmedos inviernos del pueblo, era su cómplice. En el grupo de amigos del barrio había varias menciones a los mocos en los sobrenombres, estaba mocoyoyo, por su afición a tirarlos mientras iban cayendo por la comisura, estaba comemoco, mocoseco y simplemente moco, quién, no importando la estación del año, siempre tenia una importante provisión del material. Con apenas un par de años de diferencia Honorato y Anacleto hacían la pareja perfecta para jugar a starsky y hush, a los pistoleros, para andar en la mini, para robarle cigarros a doña Julia del kiosco, y para hacer frente a los mayores que siempre se reían de ellos burlándose cruelmente de sus inventos y de la incontinencia urinaria de Honorato, problema que sólo superó durante su adolescencia, pero que se vió reemplazado por el fuerte olor de sus pies.

El cuerpo se encontraba completamente fuera del ataúd. Tirado sobre el suelo, Honorato, a tirones, logró sacar el cuerpo del abrigo que tanto quería, sintió nuevamente su aroma a Old Space y jabón leSancy, los únicos perfumes que su abuelo conoció y que utilizaba profusamente mientras se afeitaba en la galería, frente al pequeño espejo de mano, y con la radio Chilena sintonizada en el receptor plateado que el conocía desde que tenía memoria. El abrigo era tal y como lo recordaba, pesado, húmedo, con olor a viejo, acogedor, con un calor que rescata del frió y no que no sólo abriga. Una vez puesto el abrigo, volvió a tomar al abuelo, lo cobijo bajo sus brazos, se envolvieron juntos en el abrigo, tal y como el abuelo lo habia hecho con él cuando lo llevó a vivir con ellos, y lo dejó delicadamente dentro del ataúd . El cuerpo había alcanzado nuevamente la rigidez, aunque ahora con una postura extraña. Una de las piernas estaba levemente flectada, mientras el brazo contrario, estaba un poco hacia atrás producto del tirón para sacar la primera manga. Visto de lado parecía que estuviera caminando. Esta vez, y como muy pocas, caminaba sin su abrigo.

Fue comemoco, con la tranquilidad y parsimonia que lo caracterizaba, quien le contó esa fría tarde de primavera de 1988, ese 5 de octubre en que todo parecía tranquilo y sin novedad. Honorato estaba en su pieza (que también era la pieza de Anacleto) haciendo lo que le gustaba hacer. Anacleto y el Abuelo andaban en el liceo del pueblo, distante a unas 5 cuadras de la casa, ejerciendo el voto por primera vez en muchos años. Mientras, el resto de la familia, exceptuando a Honorato, Anacleto y el abuelo, seguían atentos las informaciones de radio Cooperativa, que informaba acerca del resultado del plesbiscito. Anacleto entró silenciosamente a la pieza. Honorato sorprendido, lo miró. Anacleto se acercó sin observarlo, lo miró, lo abrazó y entre suaves sollozos le contó que el abuelo estaba en el hospital, que los militares lo trasladaron desde el liceo, que el calor, que la larga espera, que el cansancio, que el corazón... que había muerto.
Luego de acomodar el cuerpo y ajustarlo con algunas almohadas para que quedara tan firme al cajón como estaba antes de sacarlo, Honorato volvió a cerrarlo. Se acercó al vidrio, miró por última vez el viejo rostro de su abuelo. Metió las manos en los bolsillos, sacó un paquete de cigarrillos, encendió uno, subió el cuello del abrigo que por segunda vez se ponía, y abrió la puerta.... era un día frío.