jueves, julio 27, 2006

La puerta


Hacía ya mucho rato que el calor de la brasa del cigarrillo se acercaba sus dedos. Su mano, y su cuerpo entero, habían permanecido inmóviles durante el tiempo que le tomó al cigarrillo consumirse casi por completo. Sentado, mirando fijamente hacia un punto lejano, siempre terminaba estrellándose contra la puerta cerrada de su habitación. Todo lo que había hecho desde que llegó fue desnudarse, intentar ponerse el pantalón de buzo, con el generalmente hacia el aseo de la pieza en la pensión donde estaba, encender un cigarrillo y sentarse arrinconado en la cama.

El sinuoso humo del cigarrillo ascendía como aquella fría mañana de marzo en que llegó al terminal San Borja, desde el norte, a buscar pensión para vivir durante el semestre en que entró a la Universidad. Bajó del bus y contempló el enorme andén que, casi sin público, adquiría ante sus ojjos provincianos unas dimensiones monstruosas. Metió la mano al pantalón, sacó un cigarrillo de la misma marca de siempre, lo encendió y sintió el calor recorriendo su pecho y pulmones.

La habitación era pequeña, de unos 4 a 5 metros cuadrados. Sólo había espacio para su cama, en la que cada vez le costaba más conciliar el sueño, un pequeño escritorio donde estudiaba y tenia su computador y la silla en la que frecuentemente se sentaba a comer, a leer, a estudiar y a fumar. La habitación contaba, además, con una pequeña ventana, a la que sólo podía acceder sobre la silla dada la altura a la que se encontraba, que daba al parque que rodeaba las antiguas construcciones que, habitadas principalmente por ancianos, habían sido remodeladas como pensiones baratas para estudiantes.

El silencio se había impregnado en la habitación, la suave oscuridad lo cobijaba con su manto tierno. Sobre el escritorio se encontraban las fotocopias de libros de cálculo y algebra que asomaban iluminados suavemente por la luz que llegaba a través de las pequeñas rendijas de la puerta que había cerrado frenéticamente cuando llegó, luz que también silueteaba el viejo computador que había comprado hacia un par de semanas en la feria del BioBio y que había permanecido encendido desde que lo había traído, y que ahora, con su pantalla apagaba, aún mostraba las frases cariñosas y cómplices de toda una semana de chateo. No se había dado el tiempo de apagarlo antes de salir al encuentro. Toda una semana de seducción electrónica, de sexo explicito y escrito, toda una semana eterna, toda una semana de ansiedad contenida. Afuera, el silencio imperturbable de la noche no era roto ni siquiera por el ladrido lejano de algún perro, o las aceleradas y frenazos de algún vehículo que se aventuraba a la calle. Lo único que quebraba la quietud en la que estaba sumido, eran la sombras que constantemente cortaban el as de luz que demarcaba el borde de la puerta. Sabía que estaban ahí, que lo buscaban, que sabían quien era y lo que había hecho.
Al salir, sentía el frío viento de la tarde otoñal golpear su rostro, acariciándolo y haciéndole doler. Nunca le había gustado el frió, menos el viento frió. Obsesivamente, cubría su cuerpo con camisetas de algodón, cortavientos y chalecos, pantalones de cotelé, gruesos bototos y calcetines de lana. Odiaba el frió, le recordaba la largas tardes en la biblioteca, cuando su ropa mojada por la lluvia le hacia entumecer. Esa largas tardes en que miraba con desconfianza la hospitalidad de algunos, y las risas largas y contenidas de los grupos de muchachos que estudiaban apiñadamente sobre el único libro disponible.

En camino, no notó la falta de vehículos ni la extraña ausencia de personas. En realidad nunca ponía atención a su entorno. Innumerables veces llegó a destino sin saber cual había sido el camino recorrido, simplemente no le interesaba. Fue así como no noto las sobras a sus espaldas, ni la ágil carrera hacía el, ya que ensimismado en su reproductor MP3 lo único que escuchaba era la versión de Metallica de Turn the Page. Le sabía bien el tema, le parecía que precisamente daría vuelta la pagina de su soledad manifiesta y dolorosa, cuyo cúlmine hacia sido la ausencia total de llamadas ese día, el día de su cumpleaños número 21. La música sonaba fuerte en su cabeza, la voz grave y los suaves sonidos del slade blusero lo conmovían, esperando con la respiración agitada la entrada de toda la banda en la canción, el fuerte puntazo en su nalga izquierda, que lo hizo caer hacia atrás y de rodillas, coincidió con esto, sintió el fuerte tirón y la música alejándose a la velocidad de una carrera.

Las sombras tras la puerta se notaban cada vez mas inquietas, como si ansiosas no entendieran porque se tardaba tanto en salir. Las había notado mientras caminaba dificultosamente de vuelta a su habitación. El dolor se había extendido a toda la pierna, y subir las escaleras se le hacia dificultoso. Apoyado en la baranda subió cada escalón uno por uno, descansando en cada uno de ellos. No miró hacia atrás, pero sentía que venían detrás de él. Cuando vió la puerta de su habitación saco la antigua llave con forma de L, la introdujo, empujo la puerta, que como nunca se le había hecho tan pesada, cerrandola tras de sí con fuerza y con un estruendo que hizo remecer por completo la vieja casa.

Mirando fijamente hacia un punto lejano, que siempre terminaba estrellándose contra la puerta cerrada de su habitación, se puso de pie y camino hacía ella. Sin dificultad recorrió la escasa distancia que existía. La sombras dejaron de moverse, a la espera, se apoyo sobre la manilla, la giro suavemente y la fuerte luz exterior inundó la habitación. Su mano, y su cuerpo entero, habían permanecido inmóviles durante el tiempo que le tomó al cigarrillo consumirse por completo, mientas sentado, mirando fijamente hacia un punto lejano, su mirada se estrellaba contra la puerta cerrada de su habitación.